LA PERRA CHITA
CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO

LA PERRA CHITA

Cuando eran novios Antonio y Pilar, este venía a nuestra casa, a visitarla, hecho todo un caballero. A nosotros nos gustaba mucho que viniera, pues siempre le traía un bocadillo de gallinejas, y lenguas de gato de chocolate, que Pilar se comía cuando marchaba Antonio dándole besos.

Rosa y yo, como éramos pequeñitos, y pasábamos un hambre como el perrito de un ciego, le suplicábamos una y otra vez, hasta cansarla:

-Hermana, danos de ese bocadillo, y, también lenguas de gato. Por favor aunque sea una sola.

Ella nos decía que no y no; que tan solo nos daría si le quitábamos la caspa de la cabeza con el peine.

Otras veces, escupía en el bocadillo, lo que nos daba asco y echábamos a correr, dejándola.

Cuando estaban en la habitación, solos los dos, la abuela solía acercarse despacio, pero tirándose pedos, pedorreando, por ver qué hacían, o que se dieran cuenta de que alguien se estaba acercando por si estuvieran tocándose.

Antonio preguntaba:

-¿Quién anda ahí?

La abuela contestaba:

-No soy yo, que es la perra Chita, que tiene hambre.

Nuestra perra Chita era muy querida en casa; pero, más por Carmen, pues le lamía los pies, y le cortaba las uñas de los dedos mordiéndoselos.

Al abuelo, también le encantaba, pues, cuando venían los nietos, les enseñaba cómo la hacía tumbarse al suelo y hacerse la muerta, para después cantarle:

Muerta la perra, muerta está;

Al toque de corneta se levantará.

Tararararí”.

La perra se levantaba para goce y alegría nuestros.

La Chita murió al cruzar la calle atropellada por un coche, cuando vio a Carmen en la otra acera y fue corriendo hacia ella.

DANIEL DE CULLA